No hay mal que cien años dure
Era mediados de octubre cuando hice mi último entreno. Decidí dar tregua temporal a las molestias que me producía mi lesión en la espalda y dejarla reposar. Seguir el curso del protocolo de tratamiento de lesión, una mezcla de Seguridad Social y consulta privada pagada de mi bolsillo que combino hasta vaya usted a saber cuando. A pesar de todo, parece que evoluciona de forma positiva. Está siendo un proceso eterno en el tiempo con consecuencias nefastas para mi estado de forma.
La semana pasada al fin tuve los resultados de un TAC en el que se supone se podrá ver mejor mi lesión y dar un diagnóstico más preciso que ayude a determinar una solución, si puede ser definitiva. A la espera de tener la visita al reumatólogo de la SS el próximo diciembre, este mismo miércoles mi osteópata podrá verlo antes que él. Y tengo la esperanza de que vea algo que se pueda solucionar fácil.
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Decía que tras todas estas semanas sin hacer nada de deporte, intentando hacer la máxima bondad posible para no seguir ganando peso, he conseguido que las molestias que tenía fueran mucho más soportables que durante los meses pasados. La actitud postural no ha mejorado del todo, parezco un imitador barato de El Langui, con la espalda torcida a ratos, sobretodo si se me ve sin camiseta. El caso es que ya me he acostumbrado a vivir con esa molestia permanente que ha modificado actos tan cotidianos como el levantarse de una silla sin hacer poses raras para encontrar el punto de no dolor.
Por todo esto, y porque tengo mucho mono de endorfinas, hoy he salido a trotar 35 minutos. Lo que antes era molestia ahora es tan solo un recordatorio de ella. Pero solo a ratos. Menos ratos que antes. Sigue estando, sin embargo al apagar el Garmin y meterme en la ducha he sentido tanto optimismo que he decidido escribir esta entrada.
No hay mal que cien años dure, y, aunque lo que hoy escribo que es bueno mañana pueda haber empeorado, tengo la sensación que avanzo en positivo. Que siga.