Me debo esta entrada, aparco el Ironman

Empiezo esta entrada sin saber cómo de difícil será escribirla y cuanto acabará alargándose. Porque después de tres meses entrenando más que nunca, voy a aparcar mi participación en el Tradeinn International Triathlon.

Tomar esta decisión me ha hecho recolocar constantemente argumentos en un lado y otro de la balanza para ver qué opción gana. El punto de inflexión fue una vivencia personal que hizo “clic” en mi cabeza. Quiero reservarme el explicarla por aquí pero fue lo que me hizo empezar a replantearme si merecía la pena o no seguir dedicando tantas horas de mi tiempo libre a prepararme para competir.

Todos los que entrenamos para una prueba así sabemos que no son tan solo las 10 o 12 horas de media que le dedicamos a entrenar, las que tenemos el pulsometro en acción. También es prepararse el macuto para ir a la piscina o al gimnasio, cuadrar horarios, mirarse los entrenos y organizarlos en las franjas horarias, ir al fisio, descansar bien y dormir, llevar una buena dieta, registrar los entrenos, mirar y controlar estadísticas, dedicar tiempo a los estiramientos después de las sesiones… Al final resulta que las horas suben mucho más y entrenar se convierte prácticamente en un estilo de vida.

Pero todo esto no era nuevo. A nivel individual eso lo llevaba bien. Pero a nivel familiar y social no tanto. Se dice que una prueba como esta no solo la entrena la persona que va a competir. Su entorno también se sacrifica. Su tiempo compartido y sus obligaciones en casa y soportar la ausencia, con todo lo que eso implica.

Fugit irreparabile tempus

Desde mi último Challenge en 2013 mi vida había girado en torno a dedicarle muchas horas a trabajar. Muchas. Levantarme entre las 6 y las 7 casi a diario para no acabar de hacer cosas hasta prácticamente las 21:00. Estudiar unas oposiciones para maestro de Educación Física y acabar consiguiéndolo. Y meter a presión en los horarios mi derecho al aburrimiento, que casi no existía, y todo lo que no eran cuestiones laborales y obligaciones que no se podían aparcar.

Durante las semanas de desconexión de vacaciones, aparcada la vorágine laboral, reponía fuerzas y pensaba. Le daba al coco y me preguntaba si valía la pena seguir otro curso más en la misma espiral de estrés y ocupaciones.

La respuesta durante ocho años fue que sí. Me salía a cuenta. Porque lo aguantaba, porque me compensaba en lo profesional, en mi bolsillo, en sentirme activo y porque me sentía orgulloso y feliz de llegar a todo y de salir adelante y salir bien.

Pero llego el 2020 y todo eso… Y mi reflexión estival de las vacaciones fue más profunda y diferente a las habituales. Empecé a pensar en hacer cambios grandes.

Confinamiento y accidente

Cuando empezaron a dejarnos salir entrenaba en bici antes de teletrabajar en casa. Fue cuando un coche me hizo caer en una rotonda. Me fracturé la clavícula y una costilla, me operaron. Volvía, como siempre, a salir adelante lo mejor que pude. Pero seguía dándole al coco.

Decidí cambiar de escuela. Llevaba desde el 2013 trabajando en la misma. En la que más he aprendido, donde me he sentido feliz y realizado y donde conservaré un buen puñado de mejores recuerdos de mi vida laboral. Pero quise cambiar de aires. Ir a otro lugar y conocer otras personas, ver otras maneras de trabajar. Empezaba la inflexión.

También dar más aire a mi otra ocupación diaria, la periodística. Porque durante 6 temporadas, cuando salía de la escuela, estaba trabajando en el Momento Inútil, un magacín de radio que se emite a diario, de lunes a jueves. Y eso, a parte de las 8 horas semanales de directo, requería su preparación y dedicación para que todo saliera bien. Así que finalmente pude optar por ir tan solo 1 vez por semana.

A todo esto, en los últimos 2 años le añadí otra cosa más. Me matriculé en la UOC para seguir perfeccionando mi inglés. Y seguía haciendo varios cursos de formación continua como maestro… No tenía remedio.

Pasó entonces que me entró un poco de pánico porque iba a tener más horas libres. Mi manera de ser, la inercia de los últimos años sin apenas tiempo para procrastinar nada, me seguía empujando a ocupar los huecos vacantes en mi horario.

Así me engorilé para entrenar para el Ironman

Fue entonces cuando quise resolver un asunto pendiente conmigo mismo. Volver a hacer un Ironman. Volver a sentirme deportista 100%, competir, prepararme, sentirme físicamente más fuerte.

En septiembre hablé con mi entrenador, el director técnico del Gavà Triatló Óscar Ciruelos. Hicimos cálculos sobre el tiempo que le podía dedicar al entreno. Me apunté de nuevo a la piscina y al gimnasio. Escogimos competición, reservé alojamiento, lo hice saber a todo el mundo… Agujetas, dolores pero muchas ganas e ilusión.

Y así pasaron las semanas. Llegó el frío se acortaron los días y ya me había acostumbrado de nuevo a dedicar todo mi tiempo libre a mi mismo, a dejar de procrastinar de nuevo y a vivir en la espiral de la inercia. A mis cosas, mis intereses y mi satisfacción.

A pesar de mis esfuerzos el día seguía teniendo 24 horas. El trabajo ocupa lo que ocupa, también en casa, el descanso también. Hay que comer, lavar, cocinar, comprar, limpiar y dedicarse a vivir un poco con los demás. Demasiado a menudo tenía que delegar esas obligaciones a mi familia. Renunciar o reubicar cuestiones que consideraba menos prioritarias que cumplir con la planificación de entrenamientos.

Un día escuché ese “clic” que menciono al principio de esta entrada. Sin haber encontrado todavía una explicación, una excusa, que me acabe de convencer para dejarlo, he decidido hacer un reset a la manera cómo he organizado mi tiempo en los últimos años. Parar un tiempo. Respirar, reflexionar, planear nuevas historias pero sobretodo quitarme presión por tener que cumplir constantemente con lo que yo mismo, y nadie más, me impongo. En definitiva, frenar un poco y dejar de pedirme cosas y exigirme más allá de lo necesario.

Porque quizás todo el camino que he recorrido, todo lo que he estudiado y me he preparado, todo lo que he trabajado y he aprendido desde que tengo uso de razón, ahora, en la treintena larga, ya empieza a dar sus frutos y es hora de ir disfrutando un poco más de ellos.

A pesar de todo contento en lo deportivo

Haciendo balance deportivo de este 2020 no podía estar más contento y optimista. A pesar del confinamiento, a pesar de mi accidente y posterior recuperación he entrenado más horas que en años anteriores. Óscar ha sabido llevarme genial y me he sentido muy bien entrenando con él.

Las secuelas de la fractura siguen estando y evidentemente durante un tiempo mi extremidad izquierda no estará como antes. Tengo la zona dormida todavía y rara y la movilidad está reducida. Espero que con el tiempo eso tenga remedio y el hecho de seguir fortaleciendo la zona haga su trabajo.

Expectativas

Por una vez en mi vida no quiero ponerme metas para el 2021. Supongo que no soy el único dadas las circunstancias del mundo.

Inexplicablemente no me lo reprocho. Todo irá surgiendo sobre la marcha. En el fondo lo único que me hacia falta era empezar a entrenar para un Ironman y dejarlo a medio camino para darme cuenta de que venga lo que venga también puede que sea tan bonito y productivo como todo lo anterior.

Aquí seguiré.

Un comentario en «Me debo esta entrada, aparco el Ironman»

  • el 19 diciembre, 2020 a las 12:24
    Enlace permanente

    Hay muchas y diversas jubilaciones en la vida. Algunas permanentes otras temporales. La que sea esta, esta bien.

    Respuesta

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